La fruta de la vida
Llegué un poco pronto. Le esperaría sentada. El camarero parecía preguntarme con la mirada desde lejos, y vocalicé sin ruido un “estoy esperando a alguien” gesticulado.
El local era antiguo, con esos monumentales maderos que parecen conocer tantos tiempos, tantos cambios, tanta gente. Los grupillos se dispersaban como setas por todo el local. Las carcajadas resonaban con sinceridad por todos los rincones.
Una mujer un poco ebria, canturreaba a media sonrisa en la oreja de su compañero, el cual respondía poniéndose colorado y abriendo ampliamente los ojos, los cuales se cruzaron en algún momento con los míos.
Un hombre leía en uno de los rincones, con un jersey de lana y una pipa; probablemente un inglés pensador y paciente. Parecía no oír bullicio alguno. Su café permanecía a rebosar, y la lectura le sumergía por completo.
En la vitrina que daba al exterior, la calle se desplegaba en el atardecer con armonía. Sus farolas, su distraído trasiego, su luz rojiza... el cielo dejando caer la noche con pinceladas en el cielo. En las ventanas comenzaban a iluminarse las lámparas, las velas... de pronto vi un poblacho del medievo, con sus trajes de marrones rústicos... Llamé al camarero y le pedí una cerveza bien fría, y al decirlo se me hizo de repente la boca agua. Volví casi con ansiedad la mirada al exterior: las farolas me trajeron a Londres, el Londres de los carruajes negros de ruedas blancas... los trajes elegantes y los bombines. La música del local iba curiosamente acorde, charlestón, ritmo de vida en los locales de jazz en pleno piccadilly circus.
Félix no llegaba, ¿dónde se habría metido?. A lo mejor no le apetecía salir... cada vez que no le apetece salir llega tarde, supongo que porque duda hasta el último momento. Un pequeño nudo se formó en silencio en mi garganta. Me negaba. Apagué el móvil, no tendría manera de dar conmigo. El hombre de pipa, el escritor, el inglés... o un Hemingway, recitador o simplemente soñador, pidió la ubicación de los baños. Lo pidió en un perfecto español. No era extranjero. Otro nudo se formó, un poquito más enredado todavía.
En la calle, las luces comenzaban a duplicarse. Me imaginé una biblioteca en pleno Oslo... alguna torre medio caída. Un paseo desconocido.
Félix apareció al fondo de la calle, sin maleta ni bolso, ni libro, ni buen caminar... sólo un móvil al que marcaba con amargo dinamismo, mientras se dirigía con paso irritado hacia mí.
(Antología de Poesía y Cuento, Ediciones "Mis Escritos". Lanús, Argentina, 2003.)
Estelle Talavera
3 Comments:
Y?
Me dejaste con gusto a poco.Es un trozo de un cuento o una novela,no sé.
Cuando vaya a Valparaíso preguntaré por tu libro.Un honor que me comentaras,no te llego ni al talón.
Te leo.
No es ninguna novela, es un relato(cerrado). Dejarlo así, si te fijas, te deja de la misma manera que se siente ella, que no logra salir de ese círculo.
Y eso de llegar al talón... perdóname pero a mí me ha gustado muchísimo lo que escribes. Y llevo casi 8 meses sin escribir, me cuesta un horror ahora mismo, es un tema pendiente conmigo misma. Y ahora con tanto curro...
¿Tú tienes algo publicado?
Gracias por tus palabras, Alex, me dan ánimos. A ver si logro recomenzar...
Un abrazo.
Estelle.
Publicar yo? Ja,solo cuando estaba en la Universidad,mandé un par de cuentos,bastante crípticos por cierto,a la revista de la Escuela.
Oye,sigue escribiendo,el talento no se muere,es como el color de los ojos,lo tienes toda la vida.Y tú tienes mucho,pero,obviamente,se desperdicia sin trabajo.
Creo que yo he desperdiciado algo lo mío.Por el curro,claro.
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